Guerra química en Siria: estúpidos o criminales

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El gas sarín actúa sobre las neuronas, inhibe unos enzimas que se ocupan de las conexiones intercelulares y se carga la actividad del nervio vago. La muerte llega por asfixia. Quizás sea sarín lo que mató a cientos de personas, a muchos niños, en la periferia de Damasco, el miércoles a las tres de la madrugada. Quizás sea otra cosa. No importa: puede ser la mayor matanza de la guerra de Siria. La pregunta es quién lo hizo.
Siempre hay que preguntarse a quién beneficia tal o cual cosa. ¿Le beneficia a Bashar el Asad? Veamos:
La guerra no le va mal, aunque parece que aún va a durar mucho tiempo. Las milicias rebeldes están divididas -al igual que sus patrocinadores Qatar, Arabia Saudí y Estados Unidos- y no actúan coordinadas.
Nadie le presiona desde el exterior. Y puede cargarse de razones cuando en Egipto matan y persiguen a los Hermanos Musulmanes, los cuales, como organización internacional y que ya la liaron en Siria en los años ochenta, son el viejo enemigo del régimen laico sirio.
Que se sepa, nadie ha desertado de sus filas desde hace por lo menos un año (tal vez me equivoque con la fecha).
Tiene desde el domingo pasado veinte observadores de la ONU que investigarán el uso de armas químicas en tres sitios, dos de los cuales no se han dado a conocer. El jefe de la misión es un sueco, y a dicho -más o menos- que sería muy estúpido por parte de El Asad tirarle gas tóxico a la gente en estos momentos (y además, en la misma Damasco).
Quizás es que se siente más seguro que nunca, y sabe que Obama no reaccionará ante lo que él mismo llamo «líneas rojas», el uso de armas químicas.
¿O es que a alguien de los suyos se le ha ido la mano?
Entre los muertos, en unos barrios donde por lo visto ha plantado sus reales la milicia Ahrar al Sham, salafista y formada en su día por numerosos elementos extranjeros, no había guerrilleros.
¿Podrían haber sido los propios rebeldes?
La ocasión, con los inspectores de la ONU en Damasco -que de todos modos tendrían que recibir autorización del gobierno para investigar en esos barrios- la pintaban calva.
Que unos fanáticos se carguen a la gente a la que se supone -sólo se supone- defienden entra perfectamente dentro de lo posible. Posiblemente nadie haya matado más musulmanes que los chicos de Al Qaeda con sus atentados, hay que tenerlo en cuenta. Los propios norteamericanos lo han hecho con su gente en operaciones encubiertas.
Unos y otros, el régimen y los rebeldes, han utilizado ya armas químicas en más de una ocasión. El fotoperiodista Ricardo García Vilanova -el reportero español que más tiempo ha pasado en Siria desde el inicio de la guerra- ha sido testigo de cómo los médicos sirios hacen lo imposible por tratar de paliar los ataques químicos del ejército, hasta ahora limitados y discretos. Del otro lado, los rebeldes acabaron perdiendo -pero sin grandes consecuencias- la batalla de la propaganda después de utilizar gas en Alepo. Se la colaron al “Times” de Londres, pero expertos franceses lo desmintieron y la fiscal Carla del Ponte -comisionada por la ONU para una investigación bastante difusa, por cierto- apuntó directamente hacia el lado rebelde. Los responsables eran, al parecer, Jabar al Nusra, la milicia islamista más potente, de la que hay testimonios de que poseía gas sarín y que, según analistas vinculados a la CIA, mantiene buenas relaciones con Ahrar el Sham.
¿Quién sabe de qué va todo esto? De lo que menos se habla es de la misión de los norteamericanos con base en Jordania, que se supone tiene que velar por la vigilancia de los arsenales químicos sirios. Esta misión no es secreta sino públicamente reconocida. Se conocería dónde están los arsenales y quién los maneja. Ya dirán.

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